Cae la tarde y nuestra ciudad pierde un caraqueño. Esta vez no fue el hampa; ese mounstruo desatado que nos arrebata a diario tantas vidas, sino el corazòn de un hombre que dedicò su vida a pensar Caracas; a soñarla, a defenderla. Porque para William Niño Caracas siempre fue un sueño, una esperanza. A pesar del caos en que està sumida, de la desidia de la mayorìa de sus habitantes, del abandono continuo de algunos de sus gobernantes. Para èl no habìa ciudad màs hermosa, màs fascinante. Tanto, que a veces su visiòn era incomprendida.
-¿De què ciudad estàs hablando William? Mira la basura acumulada, el tràfico infernal, el hampa desatada. Pero William hacìa caso omiso a esos comentarios que por cotidianos se conviertìan en un eco sordo y continuaba... -Caracas y El Àvila monumental, su jardìn vertical; La Guaira, su frente marìtimo. Porque Vargas no es un estado, insistìa con razòn, es la salida de Caracas hacia el mar...
William se fue asì, de repente. Luego de transitar meses muy duros vìctima de una persecuciòn por el ùnico delito de defender algo en lo que siempre creyò. Junto al cierre -incomprensible, artero- de la Fundaciòn para la Cultura Urbana William viviò un exilio impuesto en una ciudad hermana que lo acogiò sabiendo que ganaba un curador experto; un estudioso de aceras y avenidas; un defensor incansable de la vida urbana. Pero Bogotà, que crece indetenible, vital, dejàndonos atràs en polìticas pùblicas de inclusiòn social no tiene El Àvila, ni emerge surcada de rìos y quebradas. Allà no abundan chaguaramos, palmas washintonia, apamates, ni jabillos. No hay caraqueños de pico y pluma, como solìa llamar a esa hermosa legiòn de loros, guacamayas y guacharacas que vuelan sobre nuestras autopistas y descansan en los postes de luz y en las rejas de los balcones.
Asì que volviò a Caracas lleno de proyectos, de ilusiones. No podìa ser de otra manera. Volviò para constatar como las lluvias torrenciales arrasaban con los cerros, como las quebradas se salìan de cauce. Su corazòn herido precisaba volver a la ciudad del paredòn de Petare -para èl, el màs grande de los monumentos caraqueños-, al 23 de enero y a Catia, a Quinta Crespo y a Sarrìa. A Sabana Grande. Al Altolar su ùltima morada.
Caracas pierde un defensor, ahora, que tanto lo necesita.
-¿De què ciudad estàs hablando William? Mira la basura acumulada, el tràfico infernal, el hampa desatada. Pero William hacìa caso omiso a esos comentarios que por cotidianos se conviertìan en un eco sordo y continuaba... -Caracas y El Àvila monumental, su jardìn vertical; La Guaira, su frente marìtimo. Porque Vargas no es un estado, insistìa con razòn, es la salida de Caracas hacia el mar...
William se fue asì, de repente. Luego de transitar meses muy duros vìctima de una persecuciòn por el ùnico delito de defender algo en lo que siempre creyò. Junto al cierre -incomprensible, artero- de la Fundaciòn para la Cultura Urbana William viviò un exilio impuesto en una ciudad hermana que lo acogiò sabiendo que ganaba un curador experto; un estudioso de aceras y avenidas; un defensor incansable de la vida urbana. Pero Bogotà, que crece indetenible, vital, dejàndonos atràs en polìticas pùblicas de inclusiòn social no tiene El Àvila, ni emerge surcada de rìos y quebradas. Allà no abundan chaguaramos, palmas washintonia, apamates, ni jabillos. No hay caraqueños de pico y pluma, como solìa llamar a esa hermosa legiòn de loros, guacamayas y guacharacas que vuelan sobre nuestras autopistas y descansan en los postes de luz y en las rejas de los balcones.
Asì que volviò a Caracas lleno de proyectos, de ilusiones. No podìa ser de otra manera. Volviò para constatar como las lluvias torrenciales arrasaban con los cerros, como las quebradas se salìan de cauce. Su corazòn herido precisaba volver a la ciudad del paredòn de Petare -para èl, el màs grande de los monumentos caraqueños-, al 23 de enero y a Catia, a Quinta Crespo y a Sarrìa. A Sabana Grande. Al Altolar su ùltima morada.
Caracas pierde un defensor, ahora, que tanto lo necesita.